Síria: Un pueblo torturado. ¡Apoyemos su derecho a la insurrección!
Traduzido para o espanhol por Viento Sur
Los grandes medios informan de bombardeos con morteros y cañones sobre
diversos barrios de Homs desde el 3 de febrero de 2012. Más de una vez
presentan estos hechos como una “guerra entre dos ejércitos”. Un
habitante de Homs, Walid Farah, pone las cosas en su sitio: “No es
una guerra entre dos ejércitos; es una guerra entre un ejército y
civiles. Oímos las explosiones de los obuses. Tenemos la sensación de
que nos hallamos en un frente de guerra. La situación para los civiles
es espantosa.” Así se manifiesta por teléfono vía satélite ante el diario británico The Guardian
(8 de febrero de 2012). Al igual que otros testigos, desde hace meses,
insiste en el papel de los francotiradores, miembros de los cuerpos de
élite de las fuerzas de seguridad: apuntan contra las ambulancias, o más
exactamente contra los coches que tratan de transportar a heridos
graves, contra niños que cruzan la calle, contra un grupo de hombres que
tratan de sepultar en secreto, por la noche, los cadáveres de los
asesinados. Obligar a una población a enterrar clandestinamente a sus
muertos es la ilustración más pura y terrible del carácter de la
dictadura del clan Asad.
Una lluvia de obuses se abate sobre los barrios de Bab Amr y Bedaya en Homs, sobre la pequeña ciudad de Zabadani, cerca de la frontera libanesa, y sobre las zonas residenciales de Idlib, en el norte de Siria, o sobre Duma, en el extrarradio de Damasco. Esta práctica ilustra la furia del clan despótico que teme perder lo que ha estado expropiando desde hace tiempo: un país, sus recursos y las riquezas producidas por su población. Es un odio de clase en su forma autocrática, absoluta, ciega, cuando su futuro le parece incierto y oscuro.
Frente a este odio, ¿cómo no comprender el proceso de autodefensa que se ha consolidado con el apoyo de las valientes deserciones de soldados del ejército oficial?
“Organizar la tortura en los hospitales”
En este comienzo del siglo XXI, la barbarie lleva muchas máscaras. Mencionaremos algunas de ellas, para no alargarnos demasiado. La de los drones invisibles del ejército estadounidense que matan a ciegas a civiles en la frontera entre Afganistán y Pakistán. La de los “tiradores de élite” del Estado sionista que apuntan contra un campesino que trata de recolectar unos limones en su huerta, a la que solo puede acceder rodeando un muro “moderno”. La de Putin, que ha terminado el siglo XX e iniciado el siglo XXI con una guerra “ejemplar” en Chechenia: un checheno de oposición no era un ser humano, sino un obstáculo a abatir, un simple número, como los prisioneros del gulag enumerados en los archivos del KGB que hoy están en parte abiertos al público. La de los fundamentalistas y sectarios confesionales dispuestos a hacer estallar bombas mortíferas en medio de una multitud reunida, por ejemplo, en la ciudad iraquí de Kerbala, cuarto lugar santo de los chiíes; en el trasfondo de esas explosiones, convertidas en “banales”, se halla el reparto de la renta petrolera en un país devastado por una guerra imperialista.
Pero la máscara que camufla la ferocidad cae definitivamente cuando el poder despótico organiza la muerte y la tortura en los hospitales. El 8 de febrero de 2012, la ONG Médicos Sin Fronteras, basándose en 16 testimonios de médicos y heridos sirios, denuncia el terror de Estado que se ejerce contra estos heridos cuando la gravedad de su estado les obliga a acudir a un hospital sirio. La directora de investigación de la Fundación Médicos Sin Fronteras, Françoise Bouchet-Saulnier, declara: “Siria está convirtiéndose en un gigantesco centro de detención a cielo abierto, porque el mero hecho de estar herido te convierte en sospechoso y acusado: eres sospechoso antes de necesitar atención médica”. Después insiste en la revisión del dispositivo legal del Estado sirio para “enmarcar mejor” esta represión: “El Estado lucha con todas las armas del derecho nacional. Las nuevas normas han reforzado la obligación de notificar las admisiones y han agravado las sanciones contra los médicos, cuando en situaciones de conflicto en que la ética médica prima sobre todo lo demás, los médicos están dispensados de registrar a sus pacientes.”
Resistir a este terror solo es posible con la adhesión masiva de múltiples sectores de la población. Los Comités Locales de Coordinación organizan manifestaciones desde hace meses, han impulsado paso a paso el movimiento de huelga general y desobediencia civil desde diciembre de 2011. Con este mismo apoyo social, numerosos médicos sirios, tanto del sector público como del privado, asistentes y estudiantes de medicina han creado coordinadoras de médicos para asegurar la atención de los heridos en condiciones dramáticas. Garajes, cocinas, sótanos convertidos en salas de urgencias en las que las operaciones se llevan a cabo casi siempre sin anestesia, donde faltan los materiales y medicamentos más elementales para prestar cuidados vitales.
En los orígenes de la insurrección
Demasiado a menudo, los comentarios de los medios hablan de Siria y no de los sirios y las sirias. Poniendo de relieve la posición regional particular e importante de Siria, anteponen la “geopolítica” al análisis y la comprensión de las razones sociales y políticas de esta insurrección popular que no ha cesado de extenderse desde marzo de 2011. Una sublevación que se desarrolla desde la periferia –Deráa, donde la población se rebeló después de comprobar que varios vecinos menores de edad habían sido torturados en marzo de 2011– hasta los barrios populares de Damasco e incluso de Alepo.
En esta “república socialista” de rasgos monárquicos, cuando murió el dictador padre, Hafez el Asad, en el año 2000, el clan eligió a un heredero de características presentables desde el punto de vista diplomático: Bachar el Asad. Las contrarreformas neoliberales, iniciadas a mediados de la década de 1990, adquirieron entonces mayor velocidad. El resultado fue una nueva alianza entre los corruptos que ocupan las estructuras del Estado y los capitalistas surgidos tanto de los organismos estatales o semiestatales del partido Baas como del sector privado propiamente dicho. La red de seguridad mínima (productos alimenticios subvencionados o distribuidos a bajo precio, por ejemplo) empezómuy pronto a agujerearse. La población campesina cayó en la miseria y emigró a las ciudades.
Durante un breve periodo, en 2000-2001, pareció anunciarse una primavera. Se manifiestó una nueva generación de oponentes laicos, que representó un amplio abanico de posiciones más o menos de izquierda, pero fué reprimida muy pronto. Luego reapareció en 2011. Los Hermanos Musulmanes, a su vez, no han dejado de ser ferozmente reprimidos. Desde comienzos de 2011 se forja entonces un frente social y político contra la dictadura. Por definición es heterogéneo, pero su fuerza reside en su arraigo en capas sociales que se amplían. Ahí está el origen del proceso insurreccional, es decir, del levantamiento que pretende derrocar el poder despótico que se ha adueñado del país. Un poder tan “estable” que pudo contar, durante mucho tiempo, con el respeto diplomático de las potencias occidentales, hasta el punto de ser invitado en 2008 a París para participar en el desfile militar del 14 de julio, donde Bachar el Asad se sentó al costado de Hosni Mubarak, del presidente monarca Sarkozy y de la presidenta de Finlandia Tarja Halonen.
El Gobierno israelí sabía entonces que más allá de la retórica antisionista, el régimen de Damasco aseguraba la tranquilidad en la frontera del Golán. En cuanto al Gobierno ruso, sigue teniendo acceso a la única base naval militar de la región, la de Tartús, y Siria sigue siendo un mercado de exportación para sus armas.
Esta configuración geopolítica está ahora en tela de juicio a causa de la sublevación popular, generando un alboroto diplomático. Algunos tienen el cinismo –al margen de los propagandistas de extrema derecha y de los falsarios “antiimperialistas” y “antisionistas” a sueldo del régimen de Damasco– de manifestar sus reticencias, más o menos admitidas, a conceder un apoyo incondicional a las masas insurrectas por la conquista de sus propios derechos.
¿En qué pretextos se basan para expresar esas reticencias? ¿En la posibilidad de que el día de mañana los Hermanos Musulmanes dispongan de una influencia mayoritaria en el marco de una “democracia liberal” que se traduzca en elecciones más auténticas que las de hoy? ¿En la posibilidad efectiva de que elementos integrantes del Consejo Nacional sirio se vinculen a potencias imperialistas, como si el régimen de Asad no lo hubiera hecho ya siguiendo sus propias modalidades?
Apoyo incondicional
Cuando un pueblo se alza contra una dictadura y se organiza para ello, conquista, al precio de terribles sufrimientos, el derecho a decidir sobre su futuro, como lo hace, en estos momentos, al oponerse muy mayoritariamente a toda intervención militar extranjera. Se arroga asimismo el derecho a constituir y adherirse a diversas fuerzas sociales y políticas y a derribar el régimen de partido único. Ejerciendo estos derechos es como puede escapar de los enfrentamientos entre comunidades y confesiones atizados por el régimen actual, que de este modo toma como rehenes a los suníes, los alauíes, los chiíes, los kurdos, las diversas corrientes cristianas, los drusos y los armenios ortodoxos.
Para que esta conquista se haga realidad, está obligado, antes que nada, a derribar la dictadura. Cualquier reticencia frente a este primer objetivo decisivo equivale a denegar al pueblo insurrecto el conjunto de derechos que pueden derivarse de una victoria contra la dictadura. Dicho de otro modo, equivale a apoyar, explícitamente o de hecho, al clan Asad y sus leales.
Nuestra solidaridad, en este sentido, es incondicional. No se supedita a la escenificación diplomática. En efecto, las diversas potencias tratan, ante todo, de hallar una solución continuista asegurando que perduren partes del aparato estatal y militar.
9/2/2012
http://alencontre.org/moyenorient/syrie/syrie-un-peuple-torture-soutenons-son-droit-a-linsurrection.html
Traducción: VIENTO SUR
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